Así comienza a describir Marianela Báez ese 31 de agosto del 1979 cuando ella tenía 11 años, y el huracán categoría 5, entró por Punta Palenque, en San Cristóbal.

Marianela y sus 5 hermanos vivían con sus padres, en la comunidad de El Roblegal, próximo al río Nizao, y a unos tres kilómetros de la Escuela de Pizarrete, única edificación de block y cemento que sirvió de refugio para los moradores de las comunidades que conforman los ahora distritos municipales de Pizarrete y Las Barias , en la provincia Peravia.

La situación económica de su familia era relativamente estable para la época, tenían un pequeño colmado y eran productores de café.

Con un televisor blanco y negro, de 14 pulgadas, sujetado al pecho con una mano y su hermano más pequeño agarrado de la otra, abandonaron la casa ya sin techo, para que el río no los arrastrara..

“Íbamos para casa de mi abuelo, que estaba antes de llegar la escuela, nos cubríamos con los árboles que estaban en el suelo y formaron una capa, y ahí nos pusimos hasta que hubo una calma y corrimos”, dice al referirse al paso del ojo del huracán.

A esta familia le dio tiempo para llegar a casa del abuelo, pero estaba destruida. Allí aumenta la cantidad de personas que buscaban llegar al refugio, porque “mi papá agarró a mis abuelos y se los llevó con nosotros”. En el trayecto arrancó la furia de nuevo, las planchas de zinc de las casas representaban un peligro, los arboles caían al frente de ellos y sentían una fuerte granizada.

“Pudimos llegar gracias a Dios a la escuela donde estaban todas las ventanas rotas, mucha gente gritando, mojados, con niños y ancianos encima”.

Lo humano del huracán

Para Marianela que tiene hoy 53 años, aunque perdieron todo lo material, incluyendo su televisor, que no se dañó con el agua y los vientos, pero transcurrido el tiempo su padre lo devolvió a la casa comercial donde lo había comprado a crédito; permanecieron en casa de sus abuelos, al igual de otros tíos y primos, “ la familia estaba unida y todos completos, nadie murió”

William Pérez con 12 años huyó al refugio con un niño desconocido en su espalda

En otro extremo de la casa de Marianela, estaba William Pérez, en la comunidad de Gualey, a orillas del canal Marcos A Cabral, una comunidad que para ese entonces la mayoría de las casas estaba construidas de tablas, zinc y hasta yaguas; el huracán “lo agarró” en ausencia de sus padres que estaban en San Juan de la Maguana.

Su casa quedó sin techo como las demás y todos trataban de huir a la escuela. Con 12 años, la contextura fuerte de su cuerpo el sostén para que una madre le colgara sobre la espalda a uno de sus niños.

“Vino la calma y corrimos todos, pero cuando llegó la granizada y los vientos otra vez, vi como la brisa le arrancó a una señora un niño de los brazos. El cual al otro día fue encontrado con vida. ¡Un verdadero milagro de Dios! Eso me marcó para siempre. El huracán es lo peor que he vivido y del que tengo los más malos recuerdos”, cuenta William a Listín Diario.

La gente fue incrédula y posiblemente los que no vivieron el fenómeno también

William atribuye todas las vicisitudes que viviendo cientos de familia a que eran incrédulos, pese a que las autoridades advertían lo catastrófico que podía ser el fenómeno, se negaron a refugiarse a tiempo. Sus tíos fueron de esos.

Una vez pasado el huracán, este niño duró siete días durmiendo en un viejo minibús de un tío político, hasta que sus padres pudieron ir a buscarlo desde San Juan de la Maguana, donde su progenitor trabajaba.

Dice estar marcado, pero no frustrado, por el segundo huracán más destructivo del siglo XX para la República Dominicana. El primero fue San Zenón en 1930 y ese 3 de septiembre se cumplirán 92 años.

María de los Ángeles Arias

María de los Ángeles también tenía esa edad, vivía a unos 500 metros de la escuela de Pizarrete, hoy Rafael Antonio Figuereo, pero su padre y hermanos mayores había advertido que de la casa no salía nadie. Era más de diez hermanos, su madre y su abuela.

“El momento más difícil en medio del huracán, cuando estábamos en la casa de madera y zinc, la caual estalló, si estalló por las cuatro esquinas y la puerta no podía abrir”, dice que ahí su padre y hermanos los llevaron a otro lugar más seguro, casa de otros familiares con la misma estructura.

Cuando el ojo del huracán pasaba por la zona, hubo la calma que todos refieren y que le sirvió para huir a plantel educativo.

“Decidieron que nos íbamos para la escuela, pero había muchas casas destruidas, árboles en el suelo y no sabíamos para donde era que estaba la escuela. Todo era confuso. Fue una destrucción total, es algo que nunca lo hemos visto. Mi mamá clamaba ¡Señor calma los vientos!”.

Después del paso del huracán se puso de manifiesto la unidad

Todos destacan la unidad de la gente de Pizarrete, Gualey, El Roblegar y las demás comunidades, que después del ciclón se unieron para ir techachdo casa y mudarse temporalmente con sus vecinos.

Se unían los hombres a recoger zinc y madera, arrastradas por los vientos, reparaban una casa y se quedaba familias entera y luego hacia lo mismo en otras. Aunque por años decenas de familias a las que el río le destruyó todo permanecieron en la escuela.

La provincia Peravia sufrió la crecida del río Nizao, por la ruptura de una de las compuertas del contra embalse de Las Barias, arrastrando casi por completo las todas de la comunidad de Lasa Barias.

VIA: Listín Diario

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí